miércoles, 30 de diciembre de 2015

Capítulo 2: La misión indeseada (Evan)

Al exterior del Reino de Cristal y el País del Papel, separado del resto por las Cumbres de Cristal estaba el Reino de la Fragua, el más extenso de los tres y formado por pequeños pueblos, que fácilmente se les podría llamar aldeas, en las que, obviamente, todo el mundo se conocía. En la Fragua se podía conocer fácilmente a casi todos sus habitantes con solo viajar un poco y dejarte caer de vez en cuando por algunos de los sitios más concurridos, como lo era la capital, Karasta. Toda la ciudad rodeaba a un gran volcán dormido el que habitan todos los dragones del reino y donde se reunían los líderes de la Fragua, los draacars.
Allí estaba yo, dentro del volcán al que llamaban Kara (que significa “tierra volcánica” en antiguo idioma del Reino), sentado en una mesa redonda, esperando a que mi primera Mesa de Fuego comenzase. La Mesa de Fuego era una mesa de piedra redonda, rugosa y desnivelada donde se reunían los draacars para hablar de asuntos del Reino. Una vez cumplidos los dieciocho años todos los draacars tenían el derecho y la obligación de asistir a estas reuniones mensuales. Tenían lugar la mañana del segundo sábado de cada mes.
Por fin, cuando llegó todo el mundo y todos los presentes tomaron asiento en las sillas, se levantó un señor ya entrado en años que era el Draacar Superior (la persona con más poder en esa sala y en todo el Reino, básicamente), Zarek Sabred el hombre más longevo de la familia más antigua.
El Reino de la Fragua, aparte de estar formado por pueblos, también lo estaba de familias. Tenía en total trescientas cincuenta y ocho familias de las cuales podían llegar a estar formadas por cien o más personas. Las más importantes son las más antiguas de todas, que son: los Sabred, los Huly, los Karian (la mía), los Crilos y los Barik. Estas familias fueron las que fundaron la primera ciudad (Karasta), las únicas capaces de controlar a los dragones y, por lo tanto, las que dirigían el Reino entero.
El Draacar Superior se quedó de pie unos segundos hasta que todo es mundo se calló. Entonces, empezó la reunión:
-Hoy tenemos que tratar un tema muy urgente que ha llegado a mis oídos- su voz profunda parecía que hiciese temblar toda la sala. Noté que todos los presentes (hombres y mujeres) fruncen el ceño al oír la palabra “urgente”-. Me han informado de que el Reino de Papel nos ha estado escondiendo algo que nos pertenece desde el Acuerdo Puro- vi cómo puños se cerraban y músculos se contraían cuando el Draacar Superior mencionó al Reino de Papel, el odio aún seguía vigente.
Los resoplidos, las miradas hostiles y el odio contenido hicieron que la atmósfera se convirtiera en algo tan pesado y tenso que me juraría lo que sea a que si el odio fuese humo no veríamos a un palmo. Mi reacción era la única diferente en aquel cuadro. Mi cara de no entender destacaba como una vela en una habitación oscura, así que, con miedo a que me reprochasen algo, decidí fruncir el ceño yo también para así mimetizarme y no ser descubierto. Siempre se me ha dado bien.
En la pausa que hizo Zarek para que el odio saliese a la luz, yo seguía sin comprender la reacción del resto. Ni siquiera nadie había preguntado qué nos han robado y de qué fuente había sacado esa información.
-Por lo visto- reanudó el discurso- hace un par de semanas desapareció una de nuestras reliquias sagradas- las que tenemos guardadas en la estancia más profunda de Kara con una puerta de piedra maciza, guardias las veinticuatro horas del día y un sistema de seguridad muy eficaz-. Está claro que los únicos capaces de burlar nuestra seguridad son los sangre seca.- unos susurros afirmativos ratificaron esta declaración.
-Seguro que han descubierto algún sistema para atravesar la puerta de piedra maciza y de las trampas anti ladrones- bramó Kairon Barik, uno de los presentes, remarcándolo con un golpe con el puño cerrado a la mesa. (“Anti osos” diría yo, porque si pisas una de esas cosas ya podrías ir diciendo adiós a tu pierna).
Empezó un murmullo entre los presentes en los que se podía oír, mezcladas con palabrotas, las palabras “sangre seca”, “traición”, “incumplimiento del Acuerdo Puro” y así. Yo, sin meterme en la conversación, le daba vueltas al caso. No cuadraba. Los del País del Papel son capaces de tropezarse por un desnivel en el suelo de menos de un centímetro ¿Cómo es posible que pudieran atravesar ese pedazo puerta que debería pesar más de mil kilos? Sin contar, por supuesto, con todas las piedras que hay desparramadas por el suelo de los sótanos. Además, ¿de qué les serviría robarnos?
Ya había tomado aire y tenía la boca abierta para decir esto cuando noté la mirada de mi padre clavada en mí, que estaba sentado a mi lado. Giré la cabeza a la derecha y descubrí lo que me quería decir: “No te atrevas a decir ni una sola palabra”.
Mi padre estaba hecho a la vieja usanza, tenía la misma mentalidad que la de nuestros antepasados hace quinientos años e incluso en la constitución física. Es un hombre dos por dos, dos metros de alto y dos de ancho, me atrevería a decir que uno de sus brazos es una pierna mía. De pequeño, explorando las Cumbres de Cristal conocí a un chico llamado Trent. Nos hicimos amigos casi al instante. Me pasaba casi todas las tardes de verano en las Cumbres porque siempre tenía regalos para darme: libros. Me enseñó a leer y gracias a eso creo que soy el único de mi familia (por no decir del Reino entero) que razona las cosas. Cuando mi padre me descubrió leyendo libros pilló tal cabreo conmigo que juro que pensé que me iba a matar. Está claro que pensó que me los había dado uno de los del País de Papel, pero cuando le conté que mi amigo era del Reino de Cristal su cara se relajó un poco. Me dejó que siguiese viendo a Trent pero no pude salvar a los libros de su incineración. Pero poco me importó, a decir verdad. Yo podía seguir leyendo con Trent. Desde ese momento me ha estado vigilando con lupa y diciéndome lo que hacer y lo que no hacer por ejemplo: no decir cosas lógicas delante de gente importante. Como en ese mismo momento.
El Draacar Superior levantó una mano y los murmullos se extinguieron casi al instante (así de importante era) y retomó su charla:
-Tranquilos, y tranquilas -dirigió una mirada a todas las mujeres presentes, cinco de diez personas que estábamos, la mitad-. He ideado un plan. Tenemos que mandar a un topo al País de Papel para que encuentre la reliquia y nos informe de dónde está para nosotros después atacar.
Todas las cabezas asintieron como si fuesen víctimas de un hechizo. Un escalofrío recorrió mi espalda, un mal presentimiento.
-Para ello -prosiguió- necesitamos algún miembro de esta reunión que no sea muy conocido por los demás reinos -y sus ojos cayeron sobre mí como si el techo mismo lo hubiese hecho. Mierda-. Evan, aquí presente, es el candidato perfecto ya que, como es nuevo en la Mesa de Fuego, los líderes de los demás reinos no lo reconocerán.
Terminó con una sonrisa que a cualquiera con dos dedos de frente le provocaría un escalofrío. Todos se giraron para mirarme, algunos con una sonrisa pícara, otros con una mirada de respeto y el resto mirándome fijamente. Sentí como si mil soles me iluminasen todos a la vez y me dejasen ciego. De pronto, noté cómo algo enorme se estampaba en mi espalda, me giré y era mi padre que me acababa de dar una palmada con el pecho hinchado y la cara rebosante de orgullo (¿Ya he mencionado lo enorme que es?). Después de él vinieron muchas, muchas más palmadas en la espalda y a cada golpe parecía que se me iban a salir los pulmones y el estómago por la boca. Madre mía la que me esperaba.

sábado, 26 de diciembre de 2015

Capítulo 1: La leyenda de los tursta

Cien años antes del Acuerdo Puro, el país del Papel y el reino de la Fragua libraban una brutal guerra en la que el reino de las Cumbres de Cristal no elegía un bando concreto. Fue entonces cuando el sabio Emir, rey de los cristalinos, junto con Asnur, gobernante del papel, protegieron las entradas al Palacio de las Letras dividiendo los tres reinos en una tensa paz.
Morch, el rey de la Fragua, aceptó no volver a entrometerse en los secretos de palacio con la única condición de que el país del Papel y su reino no volvieran a tener contacto alguno. El que rompiera esa regla sería inmediatamente ejecutado.
Como él mismo estableció, el reino de Cristal separó los dos reinos rodeando el Palacio de las Letras alrededor del cual se formó el país del Papel. Aquellos habitantes eran seres inteligentes y sabios, pero sumamente negados para las cosas cotidianas.
En el reino de Cristal el pueblo estaba formado por guerreros y luchadores a los que les gustaba dejarse agasajar por los regalos del país del Papel, las armas que estos les entregaban eran recibidas con alegría y agradecimiento. Sin embargo, solo las utilizaban cuando era absolutamente necesario. Por lo demás, eran seres pacíficos y de gran corazón.
Los habitantes de la Fragua, por su parte, eran fuertes, robustos y con fama de ser bastante brutos. Dentro del reino existía una organización de líderes cuya finalidad era poder domar dragones. La única forma de diferenciarlos era por sus enormes ojos verdes.
Ya ha pasado más de un siglo desde el Acuerdo Puro y las cosas han cambiado. La estabilidad de la paz se empieza a tambalear.