miércoles, 23 de marzo de 2016

Capítulo 14: Leyendas, mitos e historias de los tres reinos (Evan)

           Hubiera podido seguir durmiendo de no ser por el rayo de sol que me daba directamente en mis ojos cerrados. Mientras los abría poco a poco la luz incidió en mis pupilas dejándome ciego momentáneamente. Me tapé la cara con el brazo y con un gruñido me giré y me apoyé en mi otro costado, evitando el sol. Después de cinco minutos decidí que ya era hora de levantarme. Respiré hondo y conseguí sentarme en la cama. Odio las mañanas. Odio tener que levantarme de la cama y enfrentarme al mundo. Ojalá los habitantes del País del Papel inventasen alguna forma para poder fusionarme con mi cama, pero mientras lo investigan tendré que conformarme con levantarme cada día de la cama. Medio dormido y caminando a trompicones me acerqué al armario y me cambié. Y, después de un par de últimos bostezos, salí de la habitación dejando la cama sin hacer.
        Ese día era domingo, lo que significaba que no había clase y que tenía toda la libertad para ir a mi aire. Así que esas veinticuatro horas las iba a invertir en buscar la reliquia. Lo primero que haría sería pasearme por los pasillos en busca de alguna puerta o pasadizo secreto (sí, esto es lo que pasaba cuando leías muchos libros de misterio).
       Anduve por el ala de las clases donde seguramente ahora estarían los alumnos que quisieran repasar algún tema entre los que estaban allí o aclarar dudas. Eso mismo debería estar haciendo yo si me tomase las clases en serio pero las biomoléculas, el código binario y el primer gobernador del País del Papel era lo último que me importaba ahora.
       Mientras estaba recorriendo los pasillos, la carta que me envió mi familia me vino a la cabeza. Aún no les había contestado, no porque no quisiera sino porque no sabía qué les iba a decir, sobretodo a Eris. ¿Cómo le iba a contar nada sin que mis padres lo leyesen antes? En mi casa solo teníamos una caja entrada y cada vez que recibíamos una carta mis hermanos y yo, mis padres lo sabían. Una opción era mandársela por urgente pero solo tengo tres hojas de elpur (que era lo que necesitaba para hacer mi carta urgente y que apareciese en su mano) y tenía que reservarlas por si surgía algún problema (más). Tenía que contarle tantas cosas… Quería que ella tuviese las verdaderas noticias sobre mí, no las oficiales. Eris es la hermana con la que mejor me llevo de todos, sin ella me habría metido en más de una docena de problemas y seguramente me habrían denegado la entrada a la Mesa de Fuego. Quería que me diese consejo sobre qué hacer con todo esto.
       Estaba aún con mi mente en las nubes cuando me di cuenta de dónde estaba. El pasillo estaba muy iluminado gracias al gran ventanal que había al final de este y parecía que estuvieran cubiertas de oro. La última puerta de ese pasillo era la biblioteca, la curiosidad y el ansia de ver miles de libros me venció y entré dentro.
     Abrí la vieja puerta de madera y me encontré con una habitación muy amplia, con techos increíblemente altos, alfombras desgastadas sobre el suelo de parquet, sillones y sofás para leer... En una esquina, pegado a la pared, había un mostrador con un bibliotecario que parecía muy concentrado en los papeles sobre los que se estaba inclinado. Rodeando toda esta “sala” estaban las estanterías. No mentiría si dijese que eran el triple de mi altura. Todos los estantes estaban llenos de libros, ordenados según su tema, apretujados unos contra otros y sorprendentemente limpios, lo que indicaba que la biblioteca se utilizaba y cuidaba mucho.
      Me adentré en el mundo de los libros y me paseé por los pasillos con la cabeza levantada, admirando ese precioso paisaje. Después de un rato perdido por las estanterías, me encontré con otra sala tan parecida a la que vi cuando entré que me pregunté si había dado la vuelta sin darme cuenta. Supe que no cuando no vi el mostrador. Además, en esa sala había alguien. Tenía el pelo corto de un color platino muy interesante, vestido con una camiseta gris, estaba sumergido en la lectura de un libro de grosura considerable. Estaba de espaldas a mí pero pude ver que en su mano derecha tenía un lápiz y, debajo de esta, una hoja con algunos apuntes. Era un estudiante, aunque no me sonaba haberlo visto antes pero la verdad es que yo no había estado lo más sociable que podría haber sido. No me entretuve más y me volví hacia las estanterías.
        Al rato de estar merodeando por la gran biblioteca, se me ocurrió que podría investigar en algunos libros para ver si encontraba algo interesante sobre las reliquias y la antigua guerra de antes del Acuerdo Puro. Me acerqué al área de historia y empecé a buscar algún libro de título interesante. Mi mirada se paseó por los estantes: de arriba a abajo, de derecha a izquierda. Hasta un libro de lomo de terciopelo rojo y tapa marrón, imitando a la madera, consiguió que me quedase parado ante él: Leyendas, mitos e historias de los tres reinos escrito anónimamente. Lo saqué con sumo cuidado de la estantería, temiendo que si hacía algún movimiento brusco se derrumbara todo ese edificio de libros. Acaricié la tapa como siempre hago con cada libro que tengo intención de leer y me dirigí hacia una mesa de la sala de antes, en la que estaba el estudiante. Me senté un par de mesas apartado de él y comencé a leer.
         El libro comenzaba con toda clase de leyendas recopiladas de los tres reinos sobre su perspectiva de la guerra y su visión de los demás países, poniendo siempre el propio como el más amable, honesto y honrado. Todo se narraba a través de historias de guerreros y guerreras que lucharon con valentía, murieron en el campo y con su bravura inspiraron a miles de caballeros y damas que, gracias a su ingenio, lograron salvar a su amante, su familia o al reino entero. Incluso se contaban pasajes de campesinos que, empleando la habilidad que tenían con la agricultura, conseguían derrotar al malvado señor feudal que les tenía esclavizados. Cientos de historias, con cientos de variaciones, pero con el mismo contenido.
            Los mitos eran más fantásticos. Más o menos todos se hacían la misma pregunta: si existen los dragones, ¿por qué no los unicornios? ¿O hadas? ¿O gente diminuta que nos ayude en nuestros quehaceres y vida diaria? Contaban cuentos acerca de que hace muchísimos años existieron todas estas criaturas y más, pero llegó un día en el que se extinguieron. Las razones variaban según de qué reino procediese el mito. En algunos era culpa de los dragones, en otros de la avaricia de algunas personas y en unos cuantos fue la gandulería.
         Pero llegó el turno de la historia y la cosa cambió. Ahora aparecían fechas exactas, nombres completos y lugares que existen o que existieron. El libro contaba cómo fue la guerra entre los reinos antes del Acuerdo Puro, cómo algunos aristócratas cercanos a los gobernadores intentaron mediar entre los reinos sin ningún resultado. Relataba las horribles historias que habían sucedido durante ese largo periodo de tiempo y encontré algo que me dejó de una sola pieza: en el Reino de la Fragua hubo una masacre que acabó con un cuarto de nuestra población… Se produjo a causa de los dragones que, según ponía, no estaban controlados por los draacars ya que varios miembros de las familias draacars murieron y no tenía sentido que se atacasen a ellos mismos.
        Me quedé mirando la página, sin terminar de creérmelo. Releí el capítulo entero para ver si había entendido mal o me había saltado alguna parte, pero no. Decidí que no quería saber más: ya tenía suficiente en qué pensar. Me levanté, devolví el libro a su sitio y me fui de la biblioteca con el ceño fruncido y la cabeza dándome vueltas.
       Cuando salí me dije a mí mismo que podía aplazar un poco la búsqueda de la reliquia (me inventaría alguna excusa para que me dejasen más tiempo sin que me presionasen) y me dirigí a mi habitación con la intención de escribirle una carta urgente a Eris. Tenía que desahogarme y ella desde siempre había sabido escucharme. Me encerré en mi cuarto y no salí hasta que el sol se puso.

miércoles, 16 de marzo de 2016

Capítulo 13: Perdamos la calma después (Gabrielle)

Me dirigí con prisa hasta mi habitación. ¿Por que había tenido la falsa ilusión de que Evan podría comprender por lo que estaba pasando? Y encima, Trent, el líder de los Cristalinos, que debería comprender lo difícil que es dirigir un reino con 17 años, no quería cooperar y poner su ejército a trabajar.
-¡Felicia! ¡Voy a morir de ansiedad antes de cumplir la mayoría de edad! -grité al entrar a mi habitación. Me quité el vestido blanco con una facilidad inmensa y me puse mi pijama de verano.
-Felicia, su dama de compañía, no está, Gobernadora -me giré al oír la voz masculina de Trent en mi cuarto.
-¡Qué se cree que está haciendo! ¡Debería sentirse desmesuradamente azorado! ¡Colarse de forma tan indiscreta en…! -empecé a gritarle-. ¡Y encima se ha quedado usted callado hasta haberme visto en paños menores!
-Le aseguro, Gobernadora, que no me atrae lo más mínimo el cuerpo de una chiquilla de 17 años, de hecho, vuestra desnudez me es indiferente -dijo él alzando una ceja.
-Viene a mi habitación, me ve en ropa interior, me insulta… Espero que tenga usted una muy buena razón para ello -dije tapándome con una bata.
-La tengo. Vos sabéis que no puedo mandar a mi pueblo a la guerra. No creo que las supuestas acciones del Reino de la Fragua sean correctas. Es más, creo que se pueden considerar una traición. Pero ellos poseen una gran fuerza y, sinceramente Gobernadora, puedo defender vuestro reino pero no puedo ganar una guerra -dijo Trent de repente más relajado.
-¿Y qué hago? ¡Es la única opción! Mi pueblo me pide venganza y, si no se la doy, la tomarán ellos por su cuenta. ¿Qué otra cosa puedo hacer? -dije sentándome en mi cama y conteniendo las lágrimas. No me había dado cuenta de las ganas que tenía de llorar hasta ese momento.
-No lo sé, pero creo que está subestimando a su pueblo. Su gente no es vengativa y entenderán cualquier opción que les plantee. De verdad que me gustaría ayudaros -expuso él al mismo tiempo que yo empezaba a sollozar avergonzada-. Oh, por favor, no lloréis. Nunca sé qué hacer cuando una persona llora. ¿Qué os parece si abrimos una investigación? A lo mejor podemos aclarar lo ocurrido. Doblaré la vigilancia en las Cumbres y encontraremos a los culpables del ataque -dijo Trent sentándose a mi lado y rodeándome con los hombros. ¿Estaba intentando consolarme?
-Puede que tenga razón. Podemos intentar calmar los humos y que el Reino de la Fragua no quiera luchar. Pero también podemos hacer que sientan vergüenza de sus líderes -dije alejándome un poco de él.
-¡Claro! Veis, no os ha pasado nada. Yo le ayudaré, lo juro -me tranquilizó Trent-. Siento de veras por lo que está pasando. Un niña de su edad no debería pasar por esas cosas.
-No soy ninguna niña, empecé a gobernar con quince años, dos menos que tú, creo recordar, y mi reino prospera como nunca. Los  índices de felicidad han ascendido dos puntos desde que yo dirijo el País del Papel, todo mi pueblo me adora -dije mirándolo directamente.
Durante unos segundos pude sentir una parte de Trent que no me esperaba. Como la de un padre. Como si mirara a la inocencia a la cara y deseara protegerla.
-No deberíais negar mi ayuda, creedme cuando digo que a veces es bueno tener aliados. A veces es, incluso, muy bueno -replicó Trent con desdén.
-Yo no rechazo vuestra ayuda, eso lo sabéis, es solo que…No penseis que soy inofensiva simplemente porque lo parezca -dije.
Trent se levantó de mi cama y se acercó a la puerta, abriéndola ligeramente.
-Estimada Gabrielle, no parecéis inofensiva. Parecéis una mujer hermosa y decidida que sabe perfectamente lo que hace. Vuestro pueblo os adora por ello -dijo Trent saliendo de la habitación.
Me tumbé en la cama y decidí esperar a Felicia durante un rato. Quería decirle que Trent era justo el tipo de hombre que ella creía, Felicia era tan intuitiva que siempre acertaba. 
-¡No puede ser en serio! ¿Es lo que han visto mis ojos? Llevo unos ocho minutos esperando a que alguien me abra la puerta de tu habitación y, de repente, sale por tu puerta ese bombón de las Cumbres de Cristal y de la impresión ¡me he caído encima de él! ¡Qué vergüenza! Qué pensará… Es incluso más guapo de cerca. El chico me ha ayudado a levantarme y ¡me ha sonreído! ¡A mí! -dijo Felicia entrando en mi habitación y tumbándose de golpe a mi lado en la cama-. A mí... Oh Dios, es tan…¿Me he enamorado? Oh, mi madre, ¿me he enamorado?
-Feli, te sorprenderá lo que te voy  a decir, pero creo recordar que no has hablado con él en tu vida. Es prácticamente imposible que te hayas enamorado de él -contesté mirándola con diversión. Felicia era la mejor persona que había conocido jamás y, sin duda alguna, la más divertida. Sus ojos azules me miraron con impotencia.
-Acabas de romper los principios de cualquier princesa de cuento. Técnicamente puedo enamorarme de quien yo quiera. Puedo enamorarme de Trent, de cualquier guardia, de cualquier chico del Palacio de las Letras y de cualquier chica, podría enamorarme de Evan… -Felicia me miró con una sonrisa de suficiencia.
-Ni me lo menciones, el muy estúpido se puso en mi contra en la reunión. Luego, me siguió cuando me fui de allí cabreadísima y ni se molestó en animarme. ¡Se puso a defender a Trent! Lo odio -dije levantándome de la cama y empezando a pasearme por la habitación.
-Pues él a ti no -dijo Felicia con diversión. Paré de pasear de golpe y la miré con los ojos abiertos. ¿Qué había dicho?-. Vino a preguntarme por tu estado de salud y estaba tan nervioso... claramente me preguntaba por otra cosa, sus ojitos verdes me miraban como si fuera a salir corriendo.
Me tumbé en la cama de nuevo y solté un largo suspiro. Él había preguntado sobre mí. Había pensado en mí. Sin embargo, había algo que no me cuadraba en ese chico.
-¿Qué has dicho? ¿Verdes? Sus ojos son azules. En el país del Papel es muy raro que alguien tenga los ojos verdes -dije con extrañeza.
-No, sus ojos son verdes, de un verde muy profundo… Sí, son claramente verdes. Estoy segura, porque, como a ti, me extrañó mucho -me contestó Felicia.
La miré con incredulidad. Ella jamás me mentiría de esa forma. ¿Estaría diciendo la verdad?
-Ya, claro, Feli, sus ojos... En fin… Tú siempre te fijas justo en los ojos de las personas -dije alzando una ceja. Si Feli en lo primero que se fijaba era en los ojos de un chico, yo me dedicaba a mirar… Dejémoslo ahí.
-¡Hey! Siempre piensas lo peor de mí. Yo en cambio estaba pensando en lo genial que Trent luce su ropa. Voy a pedirle una cita -me dijo Felicia con ilusión.
-Feli… Te saca, unos cuatro años. Mejor espera un poco a que se acostumbre a que revolotees a su alrededor -contesté con tristeza. Felicia no estaba acostumbrada a que le dieran calabazas y yo tenía ciertas sospechas sobre el poco interés que tenía Trent con respecto al atractivo físico que pudiera tener cualquier chica de mi edad. ¿Cuáles habían sido sus palabras exactas? Ah, sí: “No me atrae lo más mínimo el cuerpo de una chiquilla de diecisiete años, vuestra desnudez me es indiferente.”
-Tú lo has dicho, solo cuatro años. ¿Te acuerdas de aquella vez que salí con nuestro profesor de Informática y Programación? Cuánto me sacaba ese hombre… ¿Siete años? ¿Ocho? -dijo Felicia con diversión.
-Ni me lo recuerdes, te comportaste como un bebé los meses que duró esa relación -contesté. En el País del Papel la mayoría de edad se alcanzaba a los dieciocho años, sin embargo, estaban permitidas legalmente relaciones con personas que pudieran sacarte de uno a diez años (a menos que tú o tus padres denunciaran), igual que la homosexualidad era absolutamente respetada no como en algún que otro reino de bárbaros...
-Ya… Es que era muy guapo y… Luego me dijo que me amaba después de un mes y me harté de él -añadió Felicia. 
-Te hartaste de él… Eso suena muy a ti. Deberíamos hacer algo, Feli. Algo tú y yo. En serio, echo de menos salir y despreocuparme un rato -lo cierto es que no recordaba la última vez que había salido del Palacio de las Letras, y necesitaba, con todo lo que estaba pasando, salir con Feli e intentar olvidar cualquier preocupación. 
-¿Algo juntas? ¿Tipo pintarnos las uñas o tipo entrar en un coma etílico? ¡Voto por lo segundo! -dijo Felicia dando saltitos.
-No, me niego. Yo digo que vayamos de tiendas. Visitar a nuestras familias… Con todo lo que está pasando... Mis padres deben querer matarme, y mi hermano acabará haciéndose con mi habitación como no vaya al menos una vez al mes -sonreí. 
-Yo no me hablo con Alisei. No pienso ir a su casa -dijo Felicia.
Alisei era la madre de Felicia. Pero no había demostrado ser muy buena madre, y Felicia la odiaba por ello. Durante toda la vida de Felicia había pasado de ella y había tenido un novio tras otro. Pero cuando Felicia entró en el Palacio de las Letras intentó aprovecharse de ello.
-Alisei… Es tu madre, Felicia. No puedes culparla toda la vida. Deberias de ir a hablar con ella… Al fin y al cabo no sabes que podría pasarle.
-Por mí, la muy… Puede irse por donde sopla el viento -dijo Feli arrugando el ceño-. Ven. Vamos de tiendas. Lo más probable es acabe consiguiendo más pintalabios para mi colección.
Me levanté con ella de la cama, me cambié lo más rápido que pude (no estaba acostumbrada a ponerme vaqueros) y salimos por la puerta. Tendría que manejar un país después, pero ahora tocaba vivir un poco y quería brillos de labios con sabor a fresa.

miércoles, 9 de marzo de 2016

Capítulo 12: ¡Larga vida a los libros! (Trent)

El País del Papel tenía la más grande y hermosa biblioteca que había visto en mi vida. Estaba tan… llena de libros. Altas estanterías con escaleras de antigua madera, con la luz ideal para que guardara ese aura de misterio que tanto poseían los libros, pero sin impedir la lectura, tantas mesas, bancos y asientos como estanterías había, y un techo tan oscuro y alto que casi parecía noche cerrada. Te hacía sentir pequeño, insignificante, pero era a la vez cálido y acogedor. El hombre que trabajaba allí debía haberse marchado ya, pues el mostrador de la entrada estaba vacío. Y en el cristal, un mapa con un gran y brillante punto rojo en el que se leía: “Usted está aquí”. La zona que yo buscaba era una de las más profundas del laberinto, unas pocas estanterías dedicadas a las Cumbres. Y, con Calime jugando con las sombras a mi alrededor, me adentré en las cumbres de libros.
-A ver quién lo encuentra primero, compañero -él maulló.
Siempre había sentido las bibliotecas como un refugio, el hogar que no había encontrado en los palacios de las Cumbres. Si cerraba los ojos lo suficientemente fuerte, casi podía sentir a mi madre y a mi hermano a mi lado, cuando yo era tan pequeño que me perdían de vista constantemente entre las montañas de libros, cuando casi éramos una familia, cuando estábamos juntos, vivos, y yo no le guardaba rencor a mi madre. Buenos tiempos. Por la Luna, no era tan viejo como para ser tan nostálgico. Lo echaba de menos, al menos no estaba solo. También me recordaban mucho a cuando, bastantes años más tarde, encontré a Evan perdido en las Cumbres con un libro que había robado. “Estaba… Explorando” dijo. No pude resistirme a enseñarle todo lo que sabía sobre esas palabras enjauladas que me hacían volar. Siempre buscaba libros nuevos para regalarle y esperaba a que los leyese para comentarlos. Nunca volví a estar solo.
Llegué, no sin perderme varias veces antes, pero llegué. Los archivos médicos e historiales se encontraban tras una puerta al lado de los cientos de libros sobre nuestra historia y nuestro territorio. Para tener un Acuerdo que nos separaba, sabían más de nosotros que nosotros. Aunque nuestros conocimientos eran accesibles para cualquiera, esa puerta estaba protegida y cerrada por... ¡una llave! No es que fuera lo más seguro del mundo, pero era suficiente para mantener a los curiosos sin meter sus narices. Yo tenía ya mi llave, aunque nunca había tenido la necesidad de usarla desde que me la dieron. Pero entonces, fui a meterla en la cerradura. Y se rompió en diminutos trocitos.
-¡Pero qué...! -exclamé, despertando al pobre Calime, quien bostezó y se volvió a enrollar en sí mismo.
¿Me habían dado una llave falsa? Bueno, una llave… Lo que algún día aparentó ser una llave de metal se encontraba destrozada a mis pies. Y yo seguía en shock. Recapitula. ¿Quién me la había dado? No conseguía acordarme… No tenía sentido, ¿por qué no me dejarían acceder a mis propios archivos? ¿Habría sido un error? Pero, ¿cómo podía ser una llave falsa un error? Tendría que ir a hablar con Adelaida más tarde, ella se solía encargar de los asuntos de los documentos. Intenté alejar el tema de mi ya demasiado alterada mente. Y pues ya que estaba rodeado de libros…
Me acerqué a las altas estanterías a buscar algo que no hubiese leído. Había libros del clima de las Cumbres, la fauna, las antiguas guerras, diccionarios… Y uno del tamaño del gato. Y el gato estaba un poco gordo. Kemen ve di Diami-Limei, o literalmente HIstoria de las Cumbres de Cristal. ¡Qué curioso! Un libro original en Diam. Me encantaba la Historia. La de las Cumbres me la sabía casi toda, si no toda. No dudé en cogerlo y colocarlo en la mesa al lado de Cali, que volvía a estar frito. Lo abrí en una página al azar. Reyes por orden cronológico. Se veía que el libro no estaba actualizado, pues el último monarca que ahí salía era mi abuela la reina Fintea, la madre de mi padre. Todos decían que yo había sacado su serenidad y su nariz. Abrí por otra página. Una sobre el poder del pueblo. En realidad no se sabe desde cuando tenemos todas esas votaciones en nuestro reino, simplemente siempre han estado ahí. TODO se votaba. Era, como poco, entretenido. Al principio se votó quién sería el monarca, cuando él falleció, siguió su hijo; pero esto no convenció mucho al pueblo y decidieron que, cada cinco años, se votaría para decidir si cambiar de monarca o quedárselo. Así hasta el día de hoy. A mí me tocaba ese año, estaba muy nervioso. Otra página. Antiguo tren de mercancías. De eso nunca había escuchado nada. Al parecer, hace ya muchas lunas, hubo un tren que recorría el interior de todas las Cumbres y el subsuelo de la Fragua y el País del Papel, y que comunicaba los tres territorios. Ahora, obviamente, estaba en desuso y se habían quedado todos los túneles y sótanos abandonados. Uh, qué típico de la literatura detectivesca. Qué misterioso. Abrí otra página al azar.
Allí perdí la noción del tiempo. Solo me di cuenta de que se me había olvidado hacer algo al despertarme tras un pequeña siesta sobre el confortable libro de historia, en el que, ups, se me había caído un poquito la baba. Me despejé deprisa, guardé el libro agotado y, con Calime aún en su mundo onírico en brazos, me volví corriendo al Palacio. 
La discusión con la Gobernadora duró menos de lo que esperaba. Es que era tan tozuda… tanto como yo. Quizá por eso nos llevábamos tan mal. Pero eso ahora no podía importarnos. Teníamos que prevenir esta guerra. Ahora que las cosas empezaban a desenfriarse… La paz tenía que empezar por nosotros y ella debía entenderlo. Tozuda o no. Para mejorar mi día, al salir me tropecé con la chica de la Gobernadora, la alegre… ¡ya había olvidado su nombre! Fe...fe...Felicia, eso era. Y, por fin, pude volver a encerrarme en la soledad de mi habitación. Pero no estaba solo. Algo ya me esperaba allí. Sobre mi cama, una hoja arrancada de alguna parte apuñalaba mis sábanas con una daga llena de piedras preciosas. Y escrito en grandes letras aterradoras: "No te metas donde no te llaman".

jueves, 3 de marzo de 2016

Capítulo 11: Familia y amistades (Evan)

Me quedé allí de pie mientras veía cómo se marchaba por los pasillos. Estaba furioso. Trent ha sido desde siempre como un hermano para mí y no soportaba la idea de que alguien le insultase. En la Fragua la familia es lo más importante que tienes y, si alguien se metía con algún miembro de tu familia, también se metía contigo, y Trent ya era de mi familia. Además, aún permanecía en mi mente cómo había descrito Gabrielle a mi reino. Vale, no es que estuviera al cien por cien de acuerdo con todo lo que hacían pero seguía siendo mi pueblo, mi familia, sangre de mi sangre y por muchos libros que hubiese leído, por mucha inteligencia que poseyera, nada cambiaba el hecho de que yo era del Reino de la Fragua. Gabrielle juzgaba a mi pueblo por lo que le han enseñado, no por experiencia. No conocía a nadie que fuera de la Fragua… exceptuándome a mí. Y, en realidad, los covdes (los habitantes del Reino de la Fragua) éramos totalmente distintos de lo que pensaban los demás. Es verdad que en general eran todos muy brutos, y con el tema de la guerra aún más, y que a veces se guiaban por los instintos y no por el razonamiento, pero siempre hemos sido gente honrada, con nuestras tradiciones y nuestras peculiaridades. Y aunque la mayoría fueran unos brutos no significaba que no tuvieran sentimientos.
Apoyé la espalda en la pared, indignado, y centré mi vista en un punto fijo, dejando que los sentimientos se evaporasen para poder pensar con claridad.
Oí pasos por el pasillo y por el rabillo del ojo distinguí la figura de Trent. Se apoyó en la pared, igual que yo, y nos quedamos en silencio un rato; cada uno pensando en la situación a la que nos enfrentábamos.
-Pinta mal la cosa -dijo al final Trent.
-No hace falta ni que me lo digas -respondí-. ¡Una guerra! ¡Además contra el Reino de la Fragua! Ella sabe de sobra que no puede enfrentarse a miles de fraguanos en una batalla a campo abierto. ¡Sería un suicidio! Y eso sin contar a los dragones…
-Sería un suicidio para mi gente, no para la suya -aclaró Trent con el ceño fruncido-. No enviaré a mi gente a una guerra que no les pertenece mientras que los habitantes del País del Papel se quedan en sus casas, tranquilos, sabiendo que ninguno de sus familiares puede que no vuelva a casa nunca más.
Levanté la cabeza y le miré. Seguía con la mirada fija en algún punto del suelo y con el ceño fruncido; su preocupación era más que palpable. Él desde siempre había odiado las guerras: desde pequeño los dos habíamos oído las mismas y múltiples atrocidades que ocurrían en las guerras con la única diferencia que, en su Reino, se contaba con miedo y en el mío con orgullo. Lo cual no quiere decir que yo esté a favor de las guerras, todo lo contrario. Yo era el único niño que no vitoreaba cuando alguien moría decapitado en una de las muchas historias.
-Prevenir la guerra nos conviene a ambos -comenté-. ¿Te imaginas cómo se pondrían los draacars cuando supieran que les han declarado la guerra? Se han estado preparando para ello toda la vida y no dudarán en lanzarse de boca a la guerra.
-Lo sé… -afirmó Trent, pasándose una mano por la cara. Su cansancio se vio reflejado en ese mismo instante y di gracias al cielo por no haber empezado a gobernar un reino entero con solo diecisiete años. Levantó la mirada hacia mí-. Lo sé.
La mañana siguiente fue un día “normal”, todo lo normal que se podía estar con todo aquel escándalo que se había montado. Por la mañana nos tocaban las clases, como siempre, y, por la tarde, estudiar (para los demás era simplemente tiempo libre pero yo debí de mantener unas notas decentes las cuales me costaban lo suyo teniendo en cuenta que no había entrado por mis propios méritos). Esa tarde me permití el lujo de pasearme por los patios y los pasillos que aún tenían alguna que otra zona chamuscada.
Estaba por alrededor del patio central, donde había estado el dragón, cuando me encontré a Felicia. Me acerqué a ella.
-Hola, Felicia -la saludé.
-Buenas tardes, Evan -me respondió. Noté que enfatizó en las “buenas tardes” dándome a entender mi error. Sonreí levemente ante mi fallo.
-¿Sabes cómo se encuentra la gobernadora? -Felicia me miró, curiosa y yo me apresuré a explicarme-. Salió muy malparada en el incendio y ahora con el estrés de las reuniones temo que le esté afectando. No le quería preguntar directamente yo por si estaba en alguna reunión o estudiando.
Felicia sonrió maliciosamente, adivinando que no estaba preguntando inocentemente por Gabrielle. Confieso que ella me atrae y desde lo del dragón no he podido parar de pensar en cómo estaría.
-Bien, como tú dices anda muy estresada y sale muy poco de su habitación, simplemente para ir a las reuniones y a clase. Y has hecho bien en no preguntarle a ella porque no quiere que entre nadie a su habitación excepto yo.
Asentí, digiriendo la nueva información que acababa de adquirir. Puede que así esté mejor, con el tiempo puede que me vaya olvidando de ella y me centre en la misión que me trajo aquí. Estaba a punto de irme cuando Felicia me sorprendió con una pregunta más:
-¿Tú eres amigo del rey Trent?
-Sí ¿por qué? -respondí. Su cuestión me había dejado extrañado.
Felicia se encogió de hombros.
-Por saber.
La miré a los ojos para saber qué intención tenía pero me encontré con unos ojos insondables de los cuales no podía sacar nada en claro. De repente temí que Felicia se diese cuenta de que no era posible de que Trent fuese ya mi amigo conociéndonos solo de hace un par de días. En seguida me arrepentí de haber dicho que era mi amigo bastaba con que hubiese dicho que era un conocido. Me despedí de ella con el miedo ya metido en mi cuerpo y de camino hacia mi habitación decidí crear distancia entre Gabrielle y yo si quería seguir con vida.
Recorrí el camino hacia mi habitación casi inconscientemente. Era de las pocas que se había salvado de quemarse, aunque sí que tenía un poco de olor a quemado, lo cual no me molestaba. Revisé la entrada de geldez, como siempre, esperando no encontrarme nada. Pero me equivocaba. Dentro de la cajita apareció un papel mal doblado que lo habían hecho todo lo pequeño posible. Tragué saliva. El miedo de antes aumentó mientras yo alargaba la mano para recoger la carta. Lo único que me aliviaba era que no debía ser importante porque, si no, habría aparecido en la palma de mi mano. La desdoblé y me encontré, no sin asombro, con la letra de mis hermanos y hermanas, la de mi madre y la de mi padre.
La carta estaba escrita en niarik y empezaba con los cariñosos saludos de los más pequeños: los mellizos Yuna y Naim, de cinco años. Me decían que me lo pasase muy bien y que querían verme pronto. Luego estaba Tarin, mi hermanito de ocho años, que decía prácticamente lo mismo que ellos dos. Después, Jasin, mi hermana de doce años, me decía que me quería mucho y me ponía al día de todos los cotilleos que habían pasado en mi ausencia. A continuación venía la mayor de mis hermanos, Eris, de dieciséis años. En su parte ponía que en casa se notaba mucho mi ausencia, que esperaba verme pronto y que me quería “muchisísimo”. 
Todas estas dedicatorias me sacaron una sonrisa tan amplia como mi cara entera. Debajo de lo escrito por mis hermanos se encontraban dos párrafos escritos, el primero, por mi madre y, el segundo, por mi padre.
El de mi madre estaba lleno con muchos “te quiero”, “te echamos mucho de menos” y “ten cuidado”.
Cuando llegué a la parte de mi padre lo primero que hice fue fruncir el ceño. Pero no por lo que había escrito sino porque la letra de mi padre es nefasta. Todas las letras estaban apretujadas unas contra otras como si estuvieran en la nieve y tuvieran que guardar calor. Me costó mucho descifrar su caligrafía pero agradecí que, por lo menos, no tuviera ninguna falta de ortografía. Esta era la traducción de lo que mi padre me había puesto en niarik:
“Hola hijo:
Espero que no estés teniendo muchos problemas para integrarte en el territorio de los sangre seca…”
Podía imaginarlo escupiendo al decir esa frase. Típico de él. Suspiré y continué leyendo.
“... En la Mesa de Fuego no se habla de otra cosa de tu misión y todos estamos de acuerdo que, en cuanto nos mandes una geldez con el aviso de que has encontrado la reliquia, atacaremos sin piedad. No vamos a permitir que los…” palabra bastante obscena que no la podría traducir del niarik “... sangre seca nos quiten algo tan sagrado. Hijo, date cuenta que tu función en esta misión es esencial. Recuerda todo lo que te dije. Una guerra se acerca.
Rexoevdo.
Lanker de los Karian”
Me pasé la mano por la cara. ¿Cuántos días llevaba allí? ¿Tres? ¿Cuatro? Menos de media semana y ya estaba estresado hasta mis extremos. Primero todo el trámite para entrar en el Palacio de las Letras, luego el ataque del dragón, después la sospecha que tenía de que Felicia sabía algo y ahora que el Draacar Superior y los demás querían atacar más que nunca al País del Papel. Y además no me podía olvidar de la reliquia que supuestamente nos habían robado los del País del Papel.
Doblé la carta otra vez hasta más o menos su forma original y la guardé en el cajón de mi cómoda. Me acerqué a un espejillo que tenía guardado en el cajón de mi mesilla de noche y me miré. Por un momento no me reconocí: mi pelo se había despeinado (aunque en ese aspecto ya me rendí hace tiempo: no hay quien peine a mi pelo), mi expresión de cansancio era de cuadro y me fijé que una pequeña sombra se estaba a empezando a instalar debajo de mis ojos. Mis ojos. Me los observé: me resultaba raro tenerlos de color azul y, a decir verdad, echaba de menos ese color verdoso. Todos en la ciudad me envidiaban por tener un color de ojos diferente al suyo. Parecía una locura pero me hacía sentir importante e intocable. Ahora, sin embargo, tenía que fundirme con el gentío y hacerme invisible.
Respiré hondo y noté cómo el cansancio me tiraba hacia abajo, hacia mi cama. Me dejé llevar por esa fuerza y caí encima del colchón con un sonido sordo. Mis párpados se cerraron y el sueño me venció.