miércoles, 3 de febrero de 2016

Capítulo 7: Evan (Gabrielle)

-Gobernadora, los nuevos alumnos han llegado ya, ¿está segura de que no necesita ayuda? -dijo el Guardián de Llaves, Resnt. Era un hombre ya entrado en años con una barriga redonda y una brillante calva. Llevaba unos veinte años siendo el Guardián de Llaves del Palacio de las Letras, era algo así como un director.
-Llevo dos años haciendo esto yo sola, ¿no? -contesté alzando una ceja.
-Claro, y yo llevo dos años ofreciéndole mi ayuda, ¿no? -dijo él regalándome una de aquellas sonrisas tranquilizantes que eran tan suyas. Hizo una pequeña reverencia y salió del Vestíbulo.
Me acomodé en el trono en el que estaba sentada y miré las paredes de un blanco puro y la alfombra color rojo sangre que iba desde la entrada hasta mi trono. Aquel día empezaban las clases para los nuevos alumnos. Ese siempre era un día largo, a veces me daba miedo que algún nuevo alumno me pudiera arrebatar el puesto de Gobernadora del Papel, pero mi nerviosismo se iba disipando según los conocía. ¿Cómo podrían arrebatarme el puesto de Gobernadora si no podían ni mirarme a los ojos? La puerta se abrió en ese momento y yo me puse recta.
-No hace falta que te arregles para mí, nena -dijo Felicia entrando en la habitación.
Yo dejé de atusarme el pelo y le saqué la lengua, ella me guiñó un ojo y soltó una carcajada.
-Pensé que no vendrías, "nena" -contesté yo remarcando la última palabra.
-¿Cuándo he faltado yo a mí palabra?¿Han llegado ya? -dijo ella acercándose a mí-. ¿Quieres que te arregle el pelo?
-Sí, estás muy aplicada hoy. Qué raro -dije mientras ella se acercaba a mí y comenzaba a trenzar mi pelo.
-Qué graciosa. Solo trato de ser una buena dama de compañia. ¿Estás nerviosa? -dijo Felicia de repente preocupada.
-No, bueno, sí. Pero no más que de costumbre. No sé si me explico -contesté.
Felicia ató la trenza que me había hecho y se alejó para contemplar su obra.
-Sí, te entiendo. Intenta tranquilizarte. Ya llegan -dijo colocándose a mi lado.
Estiré mi vestido de encaje y esbocé mi mejor sonrisa. Las puertas del Palacio de las Letras se abrieron y por ellas entraron once adolescentes que lo miraban todo con curiosidad.
-Bienvenidos, ¿podríais colocaros según vuestra edad? Me sería de gran ayuda para asignaros un aula -dije levantándome de mi sitio y tratando de bajar la pequeña escalinata que me llevaba hasta el suelo, donde ellos se encontraban.
Uno de los estudiosos, los encargados de mantener el orden en el Palacio de las Letras, viendo mi apuro por si bajaba o no las escaleras, se acercó a ayudarme a bajar. Los nuevos alumnos se habían colocado en fila y me miraban asustados.
-¿Tu nombre? -le pregunté a una chica pelirroja.
-Emmeline, tengo catorce años y mi nota en el examen fue setenta y cuatro -dijo ella sin mirarme.
-Enhorabuena, tu aula será la trece. Espera aquí -le contesté.
Ella asintió y se miró los zapatos como si fueran la cosa más interesante del mundo.
Estuve un rato así. En total eran tres chicas de catorce años asustadas, dos chicas de dieciséis con aires de grandeza, cuatro chicos de quince años con mucha energía y un chico de diecisiete que me miraba muy descaradamente.
Se habían ido todos los alumnos a los que ya había asignado un aula cuando solo me quedaba uno por asignar. En lo primero que me fijé fue en su altura. Yo mido 1’64 y él me sacaba un poco más de una cabeza. Era rubio, de un rubio oscuro. Tenía los ojos azules y llenos de vida. Su nariz era recta y sus labios me llamaron la atención más de lo que estaba dispuesta a admitir.
-¿Nombre? -dije incapaz de articular más palabras pero tratando que no se notara. Definitivamente tenía unos labios preciosos.
-Evan -dijo. Su voz era como un suspiro ronco. Olía a algo muy masculino, no sabría decir el qué-. Tengo dieciocho años y saqué un ochenta y dos en el examen.
-Mi más sincera enhorabuena. Yo tengo diecisiete, me llamo Gabrielle. Tu aula será la veintiuna. ¿Puedo saber por qué no te presentaste antes al examen? -pregunté. ¿Se notaría mucho que estaba tratando de alargar la conversación? Quería, no, necesitaba tocarlo para saber si era real.
-Mmm, simplemente no me lo planteé. ¿Puedes llevarme a mi aula? -dijo.
Él debió de notar lo mucho que me sorprendió que me tuteára, porque bajó la mirada nervioso.
-Cla… Claro. Yo misma te acompañaré -dije. Oh dios mío, ¿me había sonreído? ¿A mí?
-Gracias, Gabrielle. ¡Anda! Eso es como un trabalenguas.
Él me miró y volvió a sonreír. De repente bajó la mirada y se rascó la nuca. Estaba… ¿nervioso?
-No es nada, acompáñame. Felicia hazme un favor, ve a comprobar que los demás alumnos hayan llegado bien a sus aulas, por favor - dije girándome hacia ella.
-Claro, yo tengo que trabajar, pero tú puedes tontear con quien te dé la gana -dijo Felicia saliendo del Vestíbulo.
-¡Felicia, compórtate! -exclamé. En ese momento solo pensaba en una cosa: iba a matarla cuando la viera-. Discúlpala, es como una niña pequeña cuando quiere.
-No, es muy ¿graciosa? Sí, esa es la palabra -dijo Evan.
-Si tu lo dices… Acompáñame, te llevaré a tu aula -dije sonriendo. Su sonrisa era sin duda alguna impresionante, ¿cómo podría concentrarme en mi trabajo con alguien tan guapo como él paseándose por los pasillos del Palacio de las Letras?- Y dime… ¿Cuántos años has dicho que tenías?
-Dieciocho, tu tenías diecisiete, ¿no? -dijo él siguiéndome hacia la salida del Vestíbulo.
-Sí, soy Gobernadora del Papel desde hace dos años. Aunque, eso ya lo sabes. ¿Hay alguien en este país que no lo sepa? -dije yendo al aula veintiuna.
-Claro, y dime… ¿De verdad es como dicen? ¿Tú sabes todo lo que ocurre en el reino del Papel? -dijo él rascándose la nuca otra vez.
-¿Reino? ¿Qué dices? ¿Es que no sabes que no vives en un reino? Las Cumbres de Cristal son un reino y también…  Bueno, no queremos tener nada que ver con ese reino de incultos bárbaros llamado Fragua. No, señor -dije. De repente sentí cómo se ponía en guardia y su mirada se dirigía a una de las puertas que daban a los Jardines, como si se planteara salir corriendo-. ¿He dicho algo desagradable?
-No, pero no has respondido a mi pregunta. Lo cual sí que es desagradable -dijo tensando los hombros y sin mirarme a la cara.
-¿Qué acabas de decir? -dije frunciendo el ceño molesta-. ¿Cómo se te ocurre hablarme de esa forma? Ha sido mala idea acompañarte, ahora piensas que puedes hablarme como si fuera una compañera tuya. Quiero que sepas que soy tu Gobernadora y por lo tanto me debes un gran respeto. ¿Entendido?
-Sí, disculpa… -dijo él mirándome de nuevo. Sus ojos eran extraños, ¿Que tenían de diferente? Había algo en ellos que no era del todo correcto. Su mirada al principio me pareció de pena, como si hubiera reñido a un niño pequeño por mancharse la ropa, pero me di cuenta de que en realidad era de un profundo y palpable arrepentimiento, por lo cual no fui capaz de estar cabreada por más de tres segundos.
-No pasa nada, simplemente no vuelvas a hacerlo, ¿vale? -debo ser la persona más negada para hablar con chicos de todo el planeta. Primero me enfurruño por una estupidez y ahora lo trato como si fuera un niño. Moriré sola, bueno eso no es del todo cierto. Moriré sola y con un montón de libros. Nos paramos ante la puerta del aula veintiuna y vi como su mirada voló entre quedarse parado conmigo o salir huyendo en dirección a la puerta. Mi autoestima no podría estar más baja en esos momentos.
-Ha sido un placer, Evan. Espero que podamos volver a hablar -dije intentando que no se notarán las ganas que tenía de  darle dos besos de despedida.
- No lo dudes, Gabrielle, volveremos a hablar -dijo él sonriendo. Le devolví la sonrisa abrumada por la calidez que Evan desprendía.
-Adiós, que lo pases bien -dije agachando un poco la cabeza.
-Nunca digo adiós y menos te lo diría a ti. Suena como si no quisieras volver a ver a esa persona. Y yo, definitivamente, quiero volver a verte -dijo él sonriendo de forma aún más intensa, si es que eso era posible, y haciendo que se le marcaran sus hoyuelos. Me miró una última vez y entró en la aula 21, desapareciendo así de mi vista.
Sonará completamente estúpido (cosa que era) y como si yo fuera una adolescente atolondrada (cosa que jamás he sido), pero solté una risita tonta haciendo que el resto de las personas del pasillo me miraron sorprendidas y de forma desaprobatoria.


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Debía de ser la una de la mañana, pero yo era incapaz de quedarme dormida. Tenía aquella sonrisa estúpida que siempre llevaba puesta Felicia cuando conocía al nuevo, ”amor de su vida”.
Estaba comenzando a conciliar el sueño cuando sentí una luz brillante que venía de uno de los grandes ventanales de la habitación.  Deseche en seguida la idea que fuera ya de día y el sol reclamara que me despertara.  Entonces, un calor muy intenso fue llenando poco a poco  la habitación.
-¡Aaaaaahhh! -grité al sentir una quemazón muy dolorosa en uno  de mis pies.
Salí corriendo de la cama y me tropecé entre las sábanas haciendo que mis pies se enredáran y cayera de morros contra el suelo. Sentí el sabor metálico de mi sangre en la boca y vi el fuego que empezaba a prender mi cama (a la que yo seguía completamente atada, gracias al enredo de mis piernas y las sábanas) y parte de las cortinas.
Giré la cabeza y me di un enorme golpe contra mi mesilla de noche. Intenté, durante varios segundos, luchar contra la realidad de quedar desmayada allí, pero la sensación de mareo y de sopor me embriagó por completo, dejándome indefensa ante las llamas que se acercaban cada vez más a mí.

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